sábado, 14 de agosto de 2010

MANIFIESTO AVIDA DOLLARS

A) EL ARTE SERÁ EFICIENTE O NO SERÁ

B) QUEREMOS PLATA

El buen gusto burgués creó al fläneur; el mal gusto, al turista. Nosotros somos turistas y nos declaramos tales. El flâneur no hace turismo: habita. No recorre superficies: se hunde en la ciudad, sus calles, bares y noches. Disidente, hijo pródigo de la burguesía, tiene su fuerza de clase activa y hacedora de historia. Pero la historia no entra en nuestra agenda; nos importa lo que haremos hoy. Lo sublime sedujo el buen gusto elitista hasta que al fin se unieron industria, arte y mercado y el mal gusto masivo destrozó al sujeto ilustrado, consciente, culto, para que nosotros disfrutemos sin tonterías del entretenimiento. Del snuff y el diseño industrial y los libros de autoayuda y etcétera, tediosos esnobs de Duchamp a Warhol o Almodóvar hicieron “concepto” sin disfrute, pero nosotros sí amamos la industria porque somos turistas y porque, la verdad, un libro nos aburre más que un Reality Show. Todo posible sueño se resuelve en un único tipo de placer que no nos pide duración ni hondura pero sí variedad, cantidad, zapping, desechar, encender y apagar cosas, ¿y qué nos importa no poder así nunca tocar la realidad con el deseo, o que “al cambiar de canal no cambie nada”? Si para que esto no fastidie basta más velocidad, y la velocidad exige consumir, no contemplar; y si nos identificamos con los famosos sólo en la virtualidad pero no en la realidad, ¿qué nos importa, cuando ellos superan toda realidad en el éxito, que es algo que logran pocos pero que puede ser consumido por todos? Somos turistas virtuales y no flâneurs sudorosos, ¿y qué importa? El flâneur vivió en la época ya muerta del arte inmortal y los grandes sistemas filosóficos, del misterio de las calles a pie y no por internet, ¿y qué nos importa a nosotros que la caminata de ese vagabundo sí fuera real si nosotros vamos más rápido y más lejos con un control remoto, y qué nos importa que lo real sí sea intenso, cuando la intensidad es tan difícil y nuestro placer en cambio es tan fácil y cuando no hay, por fortuna, límites a nuestra capacidad de llenar ojos y oídos, y cuando uno mismo puede ser el programador de sus experiencias con sólo un poco de tecnología cada vez más barata? Y que sean experiencias virtuales, ¿qué nos importa, si lo compensamos con límites extremos de golpes y de efectos? Y aunque lo real sea lo más extremo, ¿quién quiere lo real, si la estupefacción es mucho más accesible que cualquier intensidad? A nosotros lo interesante ya no nos interesa porque nos sabe a poco y nuestra voracidad y compulsión exigen siempre más, exigen lo chillón y hasta lo nauseabundo. Por lo tanto, declaramos en este Manifiesto que desde hoy el arte no dará tiempo a la sensibilidad para que “aprecie” nada sino que deberá golpearla hasta que no sienta. ¿No veis que el público, de un obvio masoquismo; no quiere ser tratado con respeto? Y menos aún el arte. No hay que ser ningún genio para darle al mundo lo que ahora necesita: hay que ser un showman. Todos los deseos al fin se visten igual y así es como hay que tratarlos. ¿Algún aburrido hipócrita finge asco o arruga la nariz? ¿Es que acaso el artista tiene que ser un angelito? ¡Al revés, tiene que ser un empresario! Para hacer arte ya no necesitamos vacuas pomposidades como “profundidad”, “originalidad”, “autenticidad”, “sentido”: sólo necesitamos eficiencia. ¡Desde este momento, el arte será eficiente o no será! Declaramos que será el más aplicado alumno de la diestra escuela estética de la publicidad. ¿Por qué no, a fin de cuentas? Y, por supuesto, basta de todos esos catecismos sobre el “desinterés”.

martes, 3 de agosto de 2010

OTRO SUEÑO -SUEÑO DE CAMINATA

Sueño acerca de qué es la belleza o acerca de por qué se produce la belleza:

Soñé que estaba en una tierra extraña y había perdido la belleza, así que salía a buscarla por las calles esa noche. No podía dejar de andar hasta encontrarla. Tenía que devolver la realidad a las cosas. No conseguir hacerlo suponía algún grave peligro. En cierta esquina, me detuve ante el jardín delantero de una pequeña casa; las plantas tenían flores muy extrañas, poderosamente llenas de luz por dentro y rodeadas de una suave e inquietante radiación en torno a sus pétalos translúcidos, que eran como hojas finísimas de vidrio de colores, aunque de flexible vidrio, y esa radiación que las rodeaba era en parte celeste, en parte lila y en parte de un blanco lácteo. Pensé que había encontrado lo que buscaba, porque ese jardín umbrío podía estar siendo parte de la vigilia o del sueño, de lo real o de lo alucinado, de la locura o de la cordura, pero era lo suficientemente hermoso como para tener una absoluta e indudable realidad. Pensé o entendí entonces: “Sin la belleza las cosas no tienen realidad. La belleza es la base de la realidad en cada cosa. Por eso perder la belleza es un grave peligro: es el peligro de perder la realidad del mundo, la de la vida misma y la del propio yo, y, así, volverse loco”. Supe que era imprescindible recordarlo al despertarme.