viernes, 15 de septiembre de 2017

EN LA CANTINA DE SODOMA

La mujer que atiende la cantina por las tardes nunca trata mal a nadie, y nunca trata a ninguna persona mejor que a otra. Es igual de considerada con los trabajadores que llegan sucios y sudorosos de cargar bultos y operar maquinarias que con los directivos de mayor rango y las celebridades mediáticas, y concede el mismo tiempo y la misma atención a unos y a otros, gasten menos o más, consuman mucho o poco. Nadie repara en ella, ni siquiera ella misma. En su esquina serena y distante, un tanto melancólica, al margen de todo, su bondad es visible de alguna manera, no sé exactamente en qué, con solo una breve mirada, levemente detenida, en cualquiera de sus gestos. Pero nadie repara en un ser tan insignificante, ni en algo tan falto de importancia y de interés como la bondad, así que, en medio del gran ruido de todos los famosos que se saludan a gritos, se felicitan por sus éxitos y salen en la tele, y entre el fárrago y la agitación de tantas ambiciones, parece invisible, como si no existiera. 
Dios pone almas nobles y buenas como esta en el mundo, muy de vez en cuándo, tal vez una por cada mil toneladas de las otras, para poder engañarse a sí mismo y burlar con ello su propia justicia, porque en el fondo Dios siempre desea, una y otra vez, perdonar a Sodoma.


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