lunes, 31 de agosto de 2009

«¡TODOS PARA UNO Y UNO PARA TODOS!»

Montserrat ÁlvarezDe los tres mosqueteros, ¿cuál es el único que puede aparecer en un capítulo cayéndose de borracho sin que eso lo rebaje? Athos, por supuesto. Antes que por su temperamento, por su imagen. Por su mirada honda y su hábito lacónico, su eventual elocuencia y su grave tez pálida, su porte erguido y sus oscuros ojos. Los mosqueteros como personajes están vivos por su temperamento y por su imagen, que expresan lo que son.
La experiencia de la corporeidad no es «estar» en un cuerpo como un pan «está» en un cesto. No se piensa ni se siente, no se vive ni se muere de igual modo desde el cuerpo de Porthos que desde el de Aramís. En los tres mosqueteros (cuatro pero siempre tres: D’Artagnan, el héroe y el testigo, es cifra aparte), como en las personas reales, el cuerpo es metáfora de lo invisible y lugar donde se manifiesta lo secreto.
Porthos, por cuyas hercúleas proporciones y potencia carnal Dumas lo llama «coloso», vive, piensa y siente en el exceso de robustez del cuerpo, y grande como su masa, compacto, bárbaro y limpio es también su corazón. Porthos debe su poder a su carácter simple, no compuesto, puro y elemental, como los «elementos», básicas, grandes fuerzas de la naturaleza —la tierra, el viento, el agua, el fuego— son simples o sin mezcla (sin la complejidad que la mezcla supone), y por eso su vigor.
El atractivo andrógino de Aramís está en su piel, frágil y suave «como de doncella»; en sus cabellos, delicados «cual los de una mujer». Es ambiguo, no elemental; complejo, hecho de duplicidad y mezcla, equívoco y de belleza que más que seducir tienta, como lo hace el pecado. Híbrido y complejo en todo, su fascinación y su peligro están en su aptitud indistinta para el bien y para el mal.
Los destinos de ambos se presienten desde su aparición en escena. Por su carácter y su fisonomía. De la fisonomía se dice que es superficial, pero la superficie da cuenta de lo oculto.
Por ello, Athos es fatalmente el que se aparta para soñar a solas con la muerte. El que lleva la sombra de un pasado sin solución posible. El único que puede embriagarse sin resultar grotesco. Sólo él puede estar borracho sin dar risa, Athos, lado oscuro de una trinidad aventurera formada por su propia apostura sombría, la desbordante vitalidad de Porthos y el perverso brillo de Aramís. Tres modos de pensamiento y tres modos de pasión. Tres modos de experiencia y tres lógicos destinos. Que confirman su carácter uno y trino cada vez que D’Artagnan se une al grito de guerra —«¡Todos para uno y uno para todos!»— donde el raro saber de la ficción celebra (parafraseando, según creo, a Wilde) la profunda verdad de la apariencia.